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Mundo Diners: Pablo Iturralde al filo del arte

Mundo Diners: Pablo Iturralde al filo del arte

por Milagros Aguirre.

El diseñador no es un publicista, dice Pablo Iturralde, en tono enfático. No hay que confundir las cosas. Tampoco es un artista. O al menos, él no se define como tal. El diseñador es diseñador, comunicador visual, dice. Y él es uno de los mejores del país.

Desde niño se sintió atraído por la gráfica. Su madre trabajaba en el Banco Central y para él ir al museo era uno de sus paseos favoritos. Su padre trabajaba en Ecuatoriana de Aviación y a Pablo le encantaban los colores del “avión payaso” pintado de colores y se le iban los ojos cuando veía llaveros o camisetas con los logotipos de la aerolínea. Podía pasar horas dibujando. Pero también le gustaba la televisión y sus ojos brillaban cuando veía ese sol del Banco Central o la propaganda del “banco, banco”, tan pegajosa en los años ochenta. No puede decir por qué pero siempre se estaba fijando en letras, letreros, colores, formas, gráficas. Hoy, sus diseños lo han llevado a recorrer el mundo.

Luego de un año en Derecho, un amigo diseñador, Alberto Mont, le recomendó el Instituto de Diseño Gráfico, que ofrecía un título técnico, así que se matriculó ahí. Recuerda que, desde el primer día, un profesor entró a la clase y les dijo: “Recuerden que no están acá para ser peones de las agencias de publicidad”. Esa frase ha sido su consigna hasta el día de hoy. Por eso insiste en que hay que distinguir muy bien lo que es un diseñador de lo que es un publicista. Esa diferencia la aclara siempre con sus clientes.

Mientras estudiaba trabajaba como mesero en El Pobre Diablo, punto de encuentro de artistas e intelectuales en los años noventa, escenario de conciertos y exposiciones. Allí, Pablo aprovechaba para hacer propuestas de gráfica y afiches, algunos ya clásicos, como el de Tiro al banco, la exposición a propósito de la crisis bancaria de 1999.

Luego hizo estudios de diseño en Montreal, se casó con una alemana y la vida lo llevó por esos lares. Ahí tuvo la suerte de hacer una pasantía con Hans Ulrich Bitsch, quien le dio nociones románticas del diseño.

No es cuestión de inspiración

Con un grupo de amigos, todos diseñadores, crearon el estudio de diseño Ánima en 1996. Al inicio eran cuatro: Ana Galarza, Víctor Costales, Alberto Mont y él. Ahora “el estudio soy yo”, dice, aunque también pasaron por ahí una treintena de jóvenes diseñadores. Ánima ha sido escuela y Pablo el profesor. Las aulas le gustan. Ha dado clases en la San Francisco, la Católica y la Universidad Casa Grande de Guayaquil, pero debió dejar la enseñanza por culpa de la burocracia: hoy las leyes de educación superior exigen títulos de doctores y él, aunque sea un capo del diseño, solo tiene título técnico. Ahora lo contratan para dar talleres y tampoco le hace feos al servicio público: ha sido director del canal de televisión Educativa del Ecuador, asesor del ministro de Educación Fander Falconí y ha realizado algunos proyectos gracias a los fondos concursables del Ministerio de Cultura a los que aplicó en dos ocasiones.

Iturralde ha expuesto su trabajo en América Latina y Europa, y ha participado en eventos como la Fêtedu Graphisme (2014) y Fiesta Gráfica (2019), París; el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Cuba (2000), y es embajador del Diseño Latino por la Universidad de Palermo, Argentina (2015).

Su hoja de vida está llena de premios y bienales y su estudio Ánima, lleno de clientes desde el inicio. Ha concebido logotipos para librerías como Mr. Books o Rayuela, para CoffeTree, Dolce Vita, Mashp, Brio, BiciOK, Sky… Entre sus trabajos más importantes está la señalética del Centro Histórico de Quito y diseños para el Distrito Metropolitano de Quito y el aeropuerto.

¿Cómo lo hace? Iturralde aclara que no es cosa de inspiración, no necesita de musas para crear los logos que le piden sus clientes. Necesita, eso sí, saber qué es lo que quiere comunicar quien lo contrata, las palabras y conceptos precisos. Necesita información y eso es parte de su método de trabajo. Lo demás viene sin apasionamientos: trabaja como el arquitecto con su edificio, el ingeniero con su máquina o el carpintero cuando pone clavos. Tarda unos dos meses pero advierte a sus clientes que el diseño no es cosa de gustos, es cosa de que funcione, que signifique, que sea un sello de identidad. No me importa que no guste, dice con tono de voz serio y tajante: debe funcionar, no gustar. Ha creado más de 500 logotipos y sistemas de identidad corporativa para empresas pequeñas y gigantes del país. En el libro Ánima: diseño útil, diseño inteligente, recoge sus años de trabajo en 500 páginas.

De cuyes, ratas y plata

Si a los logos les mete cabeza, a sus carteles les mete corazón. Ahí se siente un poco más artista, trabaja más suelto. Ha hecho los afiches de las películas de Sebastián Cordero: Ratas, ratones y rateros (1999), Crónicas (2004), Pescador (2011); Feriado, de Diego Araujo y Tintasangre de Mateo Herrera. Carteles culturales como uno en homenaje a Vinicius de Moraes, otro para el concierto de Arcabuz, el cartel de Tipazos o La Pulga. Y ha hecho cartel político, como el polémico Tricolor en llamas, que, por cierto, no es solo un cartel sino un llamado a revisar los símbolos patrios del Ecuador y que le costó memes, insultos y amenazas.

Pablo Iturralde llegó a plantear el debate en la Asamblea de Montecristi y de esa polémica se derivaron ingeniosos escudos del Ecuador, incluyendo uno con un simpático cuy con sombrero de paja toquilla, como protagonista. El debate en el que se acusaba al Gobierno de Correa de querer cambiar el escudo nacional quedó en anécdota, pero Iturralde se tomó en serio la propuesta: tiene registrados los distintos escudos que propuso la gente, en broma y en serio, y tiene trabajos hechos con sus estudiantes con tres elementos que considera fundamentales en la identidad ecuatoriana: la equinoccialidad, la fertilidad y la diversidad. Todavía cree que es posible cambiar los símbolos patrios, aunque el tema suene a sacrilegio en este curuchupa país en el que la estética de la Virgen de El Panecillo y el escudo nacional son temas que se rehúyen. Pone de ejemplo la bandera de Canadá, en la que basta la hoja roja de maple para distinguir al país.

Considera que somos un país con una historia gráfica importante: desde los símbolos precolombinos, las chacanas y los sellos y pintaderas, pasando por el barroco que fue materia de exportación y terminando en la nutrida producción gráfica actual donde figuran diseñadores de peso como James Verdesoto en NY; Alberto Mont, que volvió a Chile; Peter Mussfeld, Juan Lorenzo Barragán, Belén Mena, Silvio Jiorgi.

De eso trata su libro Duales y recíprocos, la comunicación visual del Ecuador, publicado en 2004, donde promueve una nueva lectura de la historia ecuatoriana desde la perspectiva de la comunicación visual. En esa misma línea ha trabajado el libro Luz meridiana, aún inédito, pero listo para su publicación.

También fue vicepresidente de la Asociación de Diseñadores Gráficos del Ecuador y, como tal, organizó una de las Bienales de Diseño. Ahí, dice, perdí todo: la mujer, la familia, recursos… porque ese fue un trabajo de no parar, día y noche, ocho días a la semana… “por eso nadie quiere hacerse cargo”.

“No trabajo por plata”, dice, sino con intención de servicio. Por eso quiere aportar a la identidad gráfica del país, contribuir al ordenamiento de la ciudad, hurgar en el pasado gráfico y construir señas actuales y contemporáneas. Por eso trabajó en la señalética del Centro Histórico de Quito (donde vive, por cierto) y le gustaría seguir aportando en ello, porque hay mucho ruido visual en el centro.

Acaba de estar presente en la Fiesta Gráfica en París, muestra curada por Michel Bouvet, especialista en carteles culturales y en la que figura como único diseñador ecuatoriano. En el catálogo aparece el cartel Ratas, ratones y rateros: una trampa de ratón pintada con los colores de la bandera y las letras recortadas y pegadas que remiten a la letra del asesino que oculta su identidad. Ese cartel se ha convertido, sin duda, en parte de la gráfica ecuatoriana.

Dice Iturralde que hay cientos de agencias de publicidad y pocos diseñadores. Para ser diseñador no solo se requiere talento innato, también sentido común y un entorno favorable. El suyo siempre ha sido el entorno del arte. Asistir a exposiciones, compartir el gusto por el arte con sus padres, leer, investigar, han hecho de él un capo del diseño ecuatoriano.

 

Publicado en MUNDO DINERS. Agosto 2019

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